Gabriela BAENZA y Gabriel KESSLER. La ¿nueva? estructura social de América Latina. Cambios y persistencias después de la ola de gobiernos progresistas. 2020. Primera Edición. Libro Digital, EPUB (142 pp.). Siglo XXI. ISBN 978-987-801-009-0

Esta obra comienza preguntándose ¿qué sucedió con las desigualdades en la región? Es innegable el aumento del bienestar a partir de la combinación de tres elementos fundamentales: contexto económico favorable, políticas públicas innovadoras (de transferencias monetarias de ingresos) y regulación de los mercados laborales durante el posneoliberalismo. Sin embargo, la mejora de algunos indicadores de desigualdad no ha sido suficiente. Las sociedades continúan siendo estructuralmente desiguales en términos de clase, género y origen étnico.

El primer capítulo se dedica a la dinámica poblacional. Analiza los parámetros sociodemográficos y sus efectos en las trayectorias de vida con perspectiva territorial. Se introducen dimensiones de análisis en ocasiones olvidadas, como los cuidados. Se problematiza la división del trabajo familiar y la posición de las mujeres, marcando un contexto de cambio en las relaciones de género que impone retos a los sistemas previsionales y la necesidad de políticas públicas.

En el segundo capítulo se describen las tendencias recientes de la desigualdad de ingresos. Ha habido mejoras en su evolución y en los cambios de las posiciones relativas de los grupos sociales, pero, con limitaciones. Aun siendo trascendentes, resultan cortoplacistas y no involucran «alteraciones de las bases estructurales» de la desigualdad. Según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), entre 2002 y 2014, la desocupación pasó del 11,4 % al 6,9 %, siendo este el marco para una mejora en la calidad del empleo, los salarios reales y los mínimos. Lo mismo ocurre con otros indicadores como la pobreza, que pasa del 43,9 % al 28,2 %, o el coeficiente de Gini que era de 0,547 en 2002 y se sitúa en 2014 en 0,491. A partir de 2008, se da un contexto diferente en cuanto a precios internacionales y crisis económica a nivel global. Los indicadores tradicionales asociados al crecimiento económico crecen, pero lo hacen más lentamente. Las mejoras distributivas son presentadas como un elemento central en el análisis de la clase media latinoamericana, que aumenta su volumen y su heterogeneidad. Una reflexión sugerente resulta de la exploración de las clases «altas» que, como señalan los autores, se mantienen «invisibles» para los registros estadísticos. Las estadísticas habituales (encuestas de hogares) resultan incapaces de captar el patrimonio en forma directa, por lo que existe una serie de limitaciones para captar el ingreso de los ricos (lo cual podría suponer una sobrevaloración del coeficiente de Gini, por ejemplo). Los datos trabajados muestran que «la mayor parte de la mejora de la desigualdad se debió a un reparto más equitativo de los ingresos entre los trabajadores, pero la posición de la riqueza total que les corresponde parece haber cambiado poco» (p. 64. Énfasis propio). La desigualdad se encuentra así en el centro del debate, no ya a partir de los ingresos sino desde allí hacia un conjunto de dimensiones sociales por ella atravesadas, como son el género, la étnica, el medio ambiente, o las violencias de todo tipo.

La tercera parte del libro –siempre prolífico en datos– recoge tres dimensiones de análisis: educación, salud y vivienda. Se caracteriza el proceso de expansión educativa transitado desde la década de 1980 pero marcando sus matices. Se expande la cobertura en términos territoriales (aun con diferencias entre países) pero se acompaña de una falta de calidad. En cuanto a salud, se destaca una transición epidemiológica en la que coexisten, con diferencias, distintas enfermedades y déficits estructurales en su acceso, por ejemplo, en las poblaciones de pueblos originarios. Referido al hábitat y vivienda, se retoma una desigualdad socio-territorial. Más allá de algunos instrumentos de política crediticia para compra de vivienda, el gran problema de la región es –o sigue siendo– el acceso a la tierra.

En las conclusiones se observa que, aun con un escenario desigual, la sociedad latinoamericana se encuentra hoy más urbanizada, con una esperanza de vida más elevada y con más años de permanencia en el sistema educativo que cincuenta años atrás. Las «nuevas» desigualdades se inscriben, sin embargo, con intensidad variable. Si bien aquellos rasgos favorables de la historia social reciente en América Latina comenzaron a verse antes, encuentran una expansión durante aquello que el libro denomina posneoliberalismo, agregamos de carácter neoextractivista. El análisis deja ver cómo la intervención (en un sentido amplio) del Estado en las materias abordadas resulta un elemento central, pero a la vez, insuficiente. En definitiva, el libro tiene la enorme virtud de reconocer la desigualdad, desgranarla y describirla, aunque no necesariamente de modo agregado e incluso habilitando su comprensión desde la interseccionalidad. Sin embargo, resulta un punto de partida necesario para su posterior análisis y, especialmente, para su intervención.

María Elena Nogueira

Universidad de Valladolid